MARTIN FELIPE |
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La Noviolencia (Mario Lopez) |
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LA NOVIOLENCIA COMO ALTERNATIVA POLÍTICA[1]
El concepto de paz imperfecta que se nos propone desde este libro, entendido como una herramienta teórica que nos permite reconocer, desarrollar e interrelacionar todas las formas de construcción de paz que podemos edificar los humanos, resulta novedoso y muy atractivo. No sólo se trata de una herramienta sino que, considerar la paz como un proceso inacabado, con capacidad para desarrollarse de forma permanente, que se puede construir cotidianamente, que tiene un carácter «procesal», calificándolo como imperfecto, por lo que tiene de humano, de posibilidad y de opción, por su carácter abierto, imaginativo y deseable, abre mejores y mayores posibilidades de investigación. Asimismo, al relacionar corresponsablemente el concepto que se maneja de imperfección con el de conflictividad de la especie humana permite comprender mucho mejor la condición biológico-cultural, la historia y la capacidad de la propia humanidad para construir la paz. Una paz «siempre» imperfecta que se aleja convenientemente de un utopismo maximalista y redentorista que podría ser potencialmente violento, pero también se distancia de un conformismo conservador que resultaría insoportable desde los valores de la justicia; se trataría, por tanto —como se nos dice—, de ir cambiando la realidad a partir del conocimiento de las limitaciones humanas y de las realidades presentes, pero sin renunciar a plantear el futuro, aunque «desde objetivos más modestos».
Para la teoría política de la noviolencia estos planteamientos resultan de mucho interés por cuanto sitúan históricamente la atención de la construcción de la paz en la transformación y la regulación de los conflictos de una manera persistente y constante. Asimismo, nos permite desde la imperfección de la paz, rescatar los muchos actos cotidianos en los que los humanos toman decisiones de no dañar a los otros, o de actuar positivamente en la construcción de la convivencia. Igualmente, nos permite ofrecer —con un moderado optimismo— a tímidos, pesimistas y pusilánimes (pero también a perfeccionistas) la oportunidad de cambiar sus actitudes para que, con el uso de la noviolencia, pidiéndole menos perfección a la paz, puedan cambiar sus vidas de una manera más activa y no argumentar que aquélla es una meta inalcanzable. Y, además, con la concepción de una paz con el calificativo de imperfecta, como no acabada, como procesual, permite proyectar la potencialidad de la noviolencia como alternativa que favorece la construcción política, dada la capacidad constructiva y no destructiva de la noviolencia, puesto que ella permite corregir y rectificar errores sin haber causado daños irreparables —como la pérdida de vidas humanas—, permitiendo situar la política en sus orígenes: como un proceso de negociación permanente entre poderes, que ha de ser persuasiva y pacífica, puesto que a medida que la violencia se instala en ella acaba por matarla.
Un primer aspecto a resaltar cuando se habla de la noviolencia es escribirla como una sola palabra, como ya pusieron de manifiesto los escritos del pensador social italiano Aldo Capitini en su lucha contra la dictadura fascista de Mussolini.[2] Con ello trataba de resaltar y consolidar la fuerza de un nuevo y específico concepto. Si bien la noviolencia sigue conservando el aspecto negativo de rechazo de la existencia y el uso de la violencia como instrumento político e incluso como institución social (por ejemplo, en su manifestación más cruenta, la guerra) así como de los desacertados servicios que de ella se hace en nuestras sociedades (banalización y exhibicionismo de aquélla; legalización y legitimación de la misma; negocio y empleo indiscriminado de armas; etc.); también quiere rescatar los aspectos que permitan construir socialmente la paz, así como un modelo de desarrollo atento a aquellos aspectos que podrían deshumanizarnos.
Por tanto, no es simplemente decir no a la violencia, que podría acabar confundiéndose con soportar pasivamente el sufrimiento propio o ajeno de las injusticias y los abusos, sino que es una forma de tratar de superar la violencia, indagando y descubriendo medios cada vez más válidos que se opongan a las injusticias y a las iniquidades, sin tener que recurrir a los tradicionales métodos del uso de la fuerza bruta, apoyándose sobre unos principios éticos que permitan reconocer las acciones de paz y convivencia, para potenciarlas y, a la par, consigan transformar el mundo en una sociedad más digna para la humanidad. Dicho de otro modo, la noviolencia no sólo debe denunciar y neutralizar todas las formas de violencia directa sino, también, todas las manifestaciones de la violencia estructural, porque con ello no sólo construye la paz mediante la justicia y la solidaridad, sino que ayuda también a prevenir futuras formas de violencia, ofreciendo asimismo argumentos y modelos de lucha (organizativas y de resistencia) a aquellas categorías sociales más marginadas y sacrificadas por los desequilibrios de poder y/opor los desajustes sistémicos.
En gran medida este trabajo de la noviolencia como liberación de las desigualdades económicas está sustentado en un ejercicio permanente de concienciación que pasa no sólo por tramas cada vez más sofisticadas de organización y coordinación de redes sociales o por formas de resistencia más efectivas, sino por comprender mejor la complejidad de las sociedades en las que vivimos y de utilizar inteligentemente todos y cada uno de los recursos y medios que éstas nos ofrecen desde un punto de vista tecnológico y mediático. Este aprovechamiento junto a la concienciación ha permitido, históricamente, transformaciones políticas, sociales, económicas y culturales en las sociedades contemporáneas: desde la construcción de la ciudadanía extendida a más y más capas sociales y de género, pasando por luchas de liberación colonial y nacional, o el combate contra los regímenes dictatoriales, entre otras. Pero no sólo se trata, desde la noviolencia, de sostener luchas y denuncias contra todas las formas de abyección sino, muy especialmente, de potenciar cambios esenciales y construir proyectos sostenibles y justos de vida en común. Es, pues, un intento de construcción en positivo que renuncia a toda forma de violencia para conseguirlo. .
La cultura occidental ha elaborado intelectualmente, a lo largo de su historia, varias tradiciones morales para abordar y materializar la construcción de la paz. A saber, la tradición de bellum justum contra la guerra injusta, que podría ser entendida también como la limitación de orden moral y jurídico no sólo a los excesos cometidos en las guerras sino al uso de éstas con fines políticos, lo que con el paso del tiempo daría lugar a un derecho humanitario y al desarrollo del derecho internacional público en esta materia. La práctica del pacifismo sectarista, generalmente una postura de minorías descontentas, en muchas ocasiones de prácticas u orígenes religiosos (amish, doukhobors, mennonitas, cuáqueros, etc.) que construían la paz desde sus pequeños espacios cerrados, con códigos a veces muy alejados del resto de la sociedad; de manera que así —apartados del mundo— sus repercusiones sobre éste eran necesariamente limitadas y, en ocasiones, escasas. Y, la tradición del pacifismo utópico, de base racionalista, un pacifismo perfeccionista de fundamentos internacionalistas y cosmopolitas, que encontraba la cura del mundo, de los conflictos y la discordia entre las naciones con la construcción de un orden político asentado en leyes universales justas, algunos de cuyos proyectos de paz fueron ideados por pensadores del peso de Emmanuel Kant, Jeremy Bentham, Saint-Pierre o Jean Jacques Rousseau, o cuyos ideales político-sociales emergieron de partes importantes de la sociedad civil como el pacifismo liberal burgués o el internacionalismo obrero.[3]
Efectivamente, la noviolencia se ha nutrido cultural e intelectualmente, de manera teórica y práctica —aunque no con la misma intensidad y profundidad—, de estas tres tradiciones morales:limitar la violencia y su fenomenología más extrema, la guerra; vivir en comunidades donde fuese posible la construcción de la paz y la convivencia armoniosa y «perfecta»; o, incluso, edificar modelos políticos y sociales que aspiraban a ser universales para establecer una paz planetaria. Sin embargo, la noviolencia como teoría y como práctica —a mi juicio— ha aspirado siempre a mucho más: no sólo a negar la eficacia de la violencia en la construcción de la paz, sino también a cuestionar algunas de las limitaciones prácticas e históricas a las que estas tres tradiciones han podido o pueden conducir; así como a dinamizar intelectualmente los límites de ciertas formas de pacifismo (absoluto o pragmático).
Bien es cierto que uno de los problemas más graves de nuestro tiempo es la guerra como construcción social y sobre ello incide la noviolencia, porque no es tanto, o sólo, una cuestión de ponerle límites (jurídicos o éticos) a las guerras, sino de evitar llegar a ellas negándose a utilizar cualquier forma de violencia para hacer política o rehusando conseguir cualquier tipo de objetivos por muy loables y justos que éstos puedan ser mediante medios violentos; vemos que en este punto las diferencias marcadas son muy grandes con otras formas de pacifismo (armado para más señas) que comprende las guerras justas como un mal menor: en este caso el problema no es tanto la guerra (que sin duda lo es), sino las condiciones como institución social que permiten llegar a provocarla. Por ello el afán permanente de la noviolencia ha sido convertirse en otra institución social (consolidada e interiorizada) que permita demostrar que históricamente puede ser más eficaz y culturalmente más evolucionada que la violencia para resolver o transformar conflictos. En este sentido, la noviolencia sería —a mi parecer— una forma de pacifismo radical (del latín radix que significa raíz), esto es, que pretende desvelar y desraizar la violencia (en todas sus formas), destruyendo sus orígenes y fundamentos ideológicos, sociales y culturales.
Asimismo, la noviolencia no se complace, tampoco, con caer en ciertas formas de sectarismo —en el sentido de sociedad cerrada— de algunos pacifismos que para sobrevivir han de aislarse social, cultural o económicamente. Ciertamente, en algunas ocasiones históricas y en algunas prácticas muy concretas, la noviolencia ha podido desarrollarse de una manera más o menos aislada, reducida a pequeños grupos, confesionales o no, pero no es su vocación. Muy al contrario, la noviolencia quiere ser una metodología para influir en el curso y en el resultado pacífico de un conflicto, por esto es lógico que aspire, sobre todo, a mezclarse con la violencia para denunciarla y transformarla. Por tanto, pretende ser una herramienta social al servicio —especialmente— de los más necesitados y marginados de las decisiones políticas, económicas y sociales; y, procura rescatar lo más positivo de todos los seres humanos para así transformar socialmente las injusticias y las sinrazones producidas por la violencia.
Con todo ello, se puede decir que aunque históricamente han existido etapas donde la lucha y la acción noviolentas han tenido un papel destacado (es decir, no aislado), ha sido no obstante en el siglo XX (como luego veremos) donde más y mejor se han desarrollado sus tipologías y metodologías, convirtiéndose en auténticas acciones de masas que le han hecho salir de restringidos círculos, minorías, o sociedades más o menos cerradas. En este sentido, no sólo es una cuestión de dimensión presencial en las transformaciones político-sociales sino también, y muy significativamente, conviene recordar que estamos en presencia de un nuevo marco cualitativo, dado que la noviolencia en franco diálogo con las formas actuales de participación y democracia, las está ensanchando por la base y nutriéndolas de atrayentes debates, sobre todo por boca de los denominados nuevos movimientos sociales.
Tampoco le es ajena a la noviolencia la tercera tradición que podríamos denominar como el pacifismo de la paz planetaria, dimensión enormemente actualizada por nuevas formas de amenazas y retos —nucleares, globalizadores y ecológicos— que atraviesan todo tipo de fronteras (incluidas las éticas). Si bien, la noviolencia no tiene un modelo como tal de paz universal, al menos en el sentido utópico del término, sí que participa de una serie de valores tales como: responsabilidad global, fraternidad mundial, amor universal, etc.; a los que contribuye no sólo ella sino también, otras teorías más o menos emancipadoras. No obstante si el ideal, una paz universal, pudiera llegar a ser similar al planteado por otras formas de pacifismo o de utopismo emancipador, donde marca claramente las diferencias la noviolencia es en los métodos, esto es, en los medios a utilizar para alcanzar aquellos fines deseables, y es en este punto donde los medios se hacen fines en sí mismos, puesto que la noviolencia es sobre todo el rechazo del uso de toda forma de violencia para conseguir la paz: como dijera Gandhi: «si se cuidan los medios el fin se cuida por sí mismo».
¿Qué paz construir?
¿Es una reiteración decir: construyamos la paz desde la paz o construyamos la paz desde la noviolencia? ¿Se puede construir la paz desde la violencia, desde la guerra, desde la muerte y la destrucción? ¿A qué paz nos referimos? Cuando a principios del siglo XX en las cancillerías, en los gobiernos, entre los publicistas, en los periódicos, se hablaba: «si quieres la paz prepárate para la guerra», ¿qué tipo de paz se pretendía, aprestando a los jóvenes a morir en el altar de la patria, a los padres a ofrecer lo mejor de sus casas, a los comerciantes a sacrificar sus haciendas, a los obreros a intensificar sus esfuerzos de fabricación y producción, etc.? En décadas posteriores, en el período de fascistización de Europa, el culto a la violencia, a la destrucción y a la muerte llenaba de orgullo a líderes y seguidores que presumían de sus nuevos valores, tales como la xenofobia, el racismo, la superioridad de ciertas razas, el culto a la crueldad y la brutalidad en las relaciones sociales y políticas. La violencia seguía siendo la partera de la historia, la única capaz de regenerar y seleccionar a lo mejor del género humano, deshaciéndose de los elementos inservibles, inútiles e improductivos, una violencia que anunciaba la paz de los cementerios, la más terrible de todas las paces, la de los muertos que no se resisten a las injusticias, que no denuncian, que no hablan. También se construyeron otros tipos de paces, formalmente más civilizadas y racionales, aunque también construidas a «hierro y fuego», pero excesivamente ligadas a intereses nacionales y particulares incompatibles con un diálogo constructivo en el plano internacional, a las que se les puede dar muchos calificativos: paz de equilibrio, paz imperial, paz hegemónica, etc.[4] o, posteriormente, la pax americana, para cada gusto, cada interés, cada imperio.
Las preguntas anteriormente formuladas me sugieren otras interrogantes, que resultan ineludibles, en un debate sobre la construcción de la paz (siempre imperfecta como se nos señala desde este libro) y la utilización de la noviolencia como instrumento para conseguirla. Algunas de ellas serían: ¿qué tipo de paz queremos construir? ¿Por cuánto tiempo? ¿Con qué alcance y profundidad? ¿A qué precio? Parece que un maduro concepto de la paz no puede seguir definiéndose, sólo, como pura ausencia de la guerra o como una mera aspiración de vivir en una sociedad buena y deseable; sino que la paz debería ser una propiedad de un sistema social en el que los actores cooperan o, cuando existe un conflicto lo conducen, lo transforman o lo resuelven de modo que no usen la violencia y sean constructivos. De cualquier modo, la paz no puede ser vista como estática, como un fin que se consigue a la vez y para todos, sino que es un proceso dinámico y permanente que requiere de continuos esfuerzos.
En consecuencia, muchas de estas preguntas se deben contestar señalando la insoslayable relación entre: los principios que motivan la búsqueda y el deseo de paz; los instrumentos y metodologías para conseguirla; y, los fines que se pretenden con la misma. En gran medida, a este propósito dedicaremos las páginas de este capítulo, sin tratar de contestar directamente a cada una de ellas sino, más bien, aportando un muestrario de posibilidades para el debate —especialmente desde las indicaciones que nos hace la noviolencia como teoría— para profundizar en ésta como alternativa política y realidad histórica, porque aunque todos podemos coincidir en que queremos la paz, es sólo en el debate sobre todas estas cuestiones que planteo donde podemos resolver nuestras contradicciones y diferencias con otras personas y colectivos que también desean la paz pero a un precio, a un coste, a unos intereses, que puede ser que ya no coincidan con la filosofía y la teoría de la noviolencia, ni siquiera coincidan con muchos de los presupuestos de la Investigación para la Paz, porque no todos los tipos de vías para llegar a la paz pueden ser igual de válidos. Aquí, como en otras muchas cosas y órdenes de la vida, del conocimiento, de las ciencias, de la inteligencia, de los valores, etc., no todo vale, no todo está en el mismo pie de igualdad, no todo cuesta el mismo sacrificio, el mismo esfuerzo, ni ofrece el mismo grado de satisfacciones. En la vida, por mucho que lo aplacemos, siempre hay momentos, disyuntivas, cruces de caminos, puntos de inflexión, de carácter ético-moral, decisiones muy importantes que afectan a nuestra retícula de valores y que resultarán ineludibles, cuestiones que perturbarán nuestra conciencia, como: ¿Cuál es nuestra posición ante las violencias que existen por todo el planeta? ¿Me resisto, o no, a colaborar con el mal funcionamiento de muchos gobiernos del mundo? ¿Soy objetor de conciencia al servicio militar, o no? ¿Qué puedo hacer y qué hago frente a la destrucción ecológica? En definitiva: ¿qué debo hacer y qué puedo hacer? Y así un largo etcétera que, insisto, más temprano que tarde nos inquietará y perturbará, teniendo que adoptar posiciones concretas desde fundamentos éticos, religiosos, políticos o ideológicos.
Algunas de las razones de la noviolencia
La utilización del concepto de noviolencia se ha atribuido, durante mucho tiempo, a ingenuos de espíritu, a ángeles o mártires en medio de un mundo de violencia y de demonios; o, incluso, con él se ha calificado a reformistas sin grandes horizontes y sin capacidad para cambiar muchas cosas en este mundo. Nada más lejos de la realidad.
La noviolencia puede ser definida como una metodología activa para influir en el curso y el resultado (positivo) de un conflicto, esto requiere del activista (satyagrahi), que su trabajo sea activo, participativo y transformador. ¿Dónde? En los lugares donde se presentan todas las formas conocidas de violencia. El activista, por así decirlo, debe meterse en el ojo del huracán de la violencia para transformar esa realidad y, también y sobre todo, para transformar a las personas que optan por regular los conflictos recurriendo a la violencia. ¿Cómo debe hacerlo? Conquistando y perturbando las conciencias, practicando con el ejemplo, demostrando su fortaleza de convicciones, mezclándose en la política con inteligencia, templanza y coraje[5].
Para llegar a ese grado de compromiso se ha de entender, por tanto, a la noviolencia como un método para la acción frente a la pasividad, el miedo o la huida; como un deber y un convencimiento entendidos como imperativos y principios de valor ético; y, no sólo, en función de conveniencias, oportunidades o estrategias; y, como una exigencia de justicia, pero siempre dentro del respeto total de la persona y de la vida de los demás, renunciando a todas las formas de violencia.
Esto implica que el trabajo de la noviolencia es una forma de ejercicio del poder de carácter integrador, humanizador, pacífico, solidario y creativo.[6] Que no tolera lo que resulta intolerable (los atropellos, las abyecciones, las violencias, etc.), que no le amedrenta llamar a las cosas por su nombre, que no le importa denunciar las injusticias, que actúa como una conciencia en alarma permanente frente a las barbaries y crueldades del mundo. Nada, por tanto, que tenga que ver con cosas o materias para pasivos, miedosos, satisfechos con todo, flojos de espíritu o laxos de compromiso.
¿Pero de qué tipo de poder habla la noviolencia? ¿A qué tipo de poder se refiere? Evidentemente no al del cañón de un fusil o al de un arma nuclear, no a un tipo de poder que destruye, que obtiene sumisión, subordinación, servidumbre, obediencia ciega, docilidad, etc., sino a un poder entendido como capacidad para la acción, especialmente de aquellos que supuestamente no tienen poder o, mejor, que no saben que lo tienen o que, simplemente, no lo utilizan. Porque poder es la facultad para hacer algo, es la influencia que uno tiene sobre alguna cosa o persona, es la fuerza, la capacidad y la eficacia para influir, motivar, repercutir en los demás[7].
Por eso conviene recordar que existen muchas formas de poder (político, militar, económico, intelectual, ideológico, religioso, científico, académico, femenino, masculino, afectivo, comunicativo, de la experiencia o la edad y, así un largo etcétera), como ha señalado el politólogo Gene Sharp en su conceptualización pluralística del poder. Tantas formas de manifestarse que, en la mayor parte de las ocasiones, cuando nos referimos al poder tendemos a reducirlo tanto y a tan pocas cosas que ha acabado distorsionando las posibilidades conceptuales que ha tenido el mismo; hasta el peligro de reducirlo al ejercicio de los gobiernos, de los ejércitos, de los que utilizan la violencia y poco más. Afectando a cuestiones como cuál es la relación que la gente común tiene con el poder, siendo en muchas ocasiones la de miedo, prevención, alarma, intimidación, etc.; y no contemplan la posibilidad de ejercer ellos mismos sus capacidades y potencialidades, descubriendo cuáles son las que tienen y cómo ejercerlas lo mejor posible, es decir, renunciando de antemano al mucho o poco poder que tengan. Por tanto, adelantemos que aquí nos vamos a referir a una noción de poder como capacidad para la acción dejando de lado la capacidad para obtener sumisión, así como la capacidad circulatoria que el poder tiene.[8]
Entiendo que es importante recuperar todas las dimensiones semánticas que tiene el concepto de poder porque éste es un componente importantísimo en los conflictos. En este sentido, saber cuánta capacidad tenemos y con qué potencialidad contamos resulta esencial para aprovecharla positiva, creativa y activamente en la resolución eficaz y duradera de los conflictos o, al menos, en la transformación de los mismos. De alguna forma, el objetivo de la noviolencia es, precisamente, reequilibrar el poder entre las partes en conflicto, tratando de hacer aflorar la parte más positiva de poder que cada una ellas tiene, conciliando; y, en la medida de lo posible, convenciendo de la complementariedad y equilibrio de todas las formas de poder para evitar cualquier uso de la violencia por alguna de las partes. Así como convenciendo de que algunas formas y usos de poder pueden ser, si no se limitan convenientemente, potencialmente muy peligrosas y de consecuencias irreparables, especialmente en una situación de escalada de conflictos.[9]
Por tanto, como hemos podido definir, el poder es un potencial o una capacidad que puede o no ser utilizada, cuestión ésta muy importante para todas las manifestaciones de poder, tanto para el que puede apretar el botón nuclear o no hacerlo, como para el que no está dispuesto a obedecer una ley que va contra su conciencia. Lo positivo que diferencia al noviolento de los demás es que al utilizar su potencial y capacidad de poder, de antemano, renuncia a utilizarlo con violencia —aunque tenga capacidad y oportunidad para ello—, lo que no le hace más previsible en su comportamiento, pero sí más diáfano en la resolución pacífica de un conflicto.
Si como señala Boulding, poder es la «capacidad para conseguir lo que queremos»[10], esta afirmación debe ir seguida de un conjunto de reflexiones —a algunas de las cuales me he referido antes y que ahora recuerdo someramente—, tales como: ¿qué precio hemos puesto a lo que queremos conseguir?; ¿por encima de personas y cosas?; ¿en cuánto tiempo lo queremos conseguir?; ¿y cuánto tiempo lo podremos mantener?; etc.
Como hemos señalado más arriba, el poder puede ser entendido como la capacidad de incidir e influenciar en otros, pero no sólo pertenece esa capacidad a quien la ejerce, sino también a quienes se dejan o a quienes reconocen esa potestad. Cuestión muy importante que, en cualquier momento puede desequilibrar o romper la ecuación, sin incógnita explícita pero sí implícita, entre mandar y obedecer, entre gobierno y ciudadanos, entre líderes y seguidores, etc. Esto nos indica que el poder, entendido como capacidad, no debe ser interpretado como positivo o negativo, sino sólo en la manera en que se ejerce, se utiliza, se aprovecha. Nada hay en la definición de poder en la que aparezca el término violencia, si ésta se usa en el ejercicio del poder es una posibilidad tan auténtica y real como no hacerlo.
El por qué obedece la gente o desobedece, cuándo consentimos y por cuánto tiempo, hasta dónde cooperar o decidir boicotear decisiones, cuándo se pone en marcha la conciencia moral frente a la abyección, cuándo la objeción ante las injusticias, qué es y en qué consiste la obligación política, etc., son tan sólo algunas de las muchas cuestiones que las teorías sobre el poder (entre ellas la noviolenta) pretenden responder de una u otra forma a, en definitiva, la ecuación que antes he mencionado. No voy, sin embargo, a entrar a responder a cada una de estas cuestiones, sino más bien a exponer a continuación algunos de los componentes o principios sobre los que se fundamenta parte de la teoría noviolenta, especialmente el importante componente que tiene de ética práctica (o de razón noviolenta, como a mí me gusta llamarle).
Algunos de esos principios —como veremos de inmediato— ayudan a las personas a enfrentarse con dilemas morales, nos permiten reflexionar sobre cuáles deben ser nuestros comportamientos y nuestras responsabilidades, y nos mantienen alerta sobre qué podemos hacer y, sobre todo, qué debemos hacer ante nuestra capacidad y potencialidad de uso del poder. Veamos, por el momento, sólo cuatro: recuperar la palabra y el diálogo; búsqueda de la verdad; renunciar al uso de la violencia; y pensar y construir la realidad social de forma alternativa.
1. Recuperar la palabra y el diálogo como dones
La historia de la violencia ha sido, en gran medida, la historia de la negación de la palabra y del diálogo, de la privación de la palabra a muchos grupos que han tenido que permanecer forzadamente en el silencio: mujeres, marginados, pobres, perseguidos, enfermos... La arqueología del genocidio permite reconocer cómo una de las primeras etapas para el ejercicio del exterminio ha sido callar y silenciar a los que van a ser exterminados.[11]
Han existido, igualmente, muchos pueblos que por carecer de estado o encontrarse dominados por otros se les ha privado del uso de la palabra. Lo más importante que puede tener un ser humano para expresar su identidad, su dignidad y su libertad es, precisamente, la palabra. Y no sólo han sido algunos pueblos víctimas, sino también otros grupos humanos —igualmente víctimas— se les ha negado: como el caso de los desaparecidos, hasta la propia existencia, sintiendo sus familiares que esos sacrificados han querido ser reducidos al olvido.[12] Por ello, robar o arrebatar la palabra es apropiarse y apoderarse también de la memoria histórica; por eso las dictaduras optan claramente por la censura, por la mordaza, por perseguir y castigar la libre expresión, por negar la existencia de la oposición y la discrepancia..., las dictaduras son sobre todo la muerte de la palabra, porque el ejercicio sistemático de la violencia tiene como fin último aniquilar la palabra, que es tanto como decir matar la política.
Pues bien, la noviolencia nos invita a recuperar la fuerza de la palabra y el diálogo en las relaciones humanas: nos invita a rescatar sus virtudes y potencialidades. Recuperar la palabra es recobrar la capacidad de hablar y escuchar, porque donde mandan las armas y la violencia queda silenciada la palabra, que es tanto como negar la existencia del otro, como no reconocer que existen diversidad de discursos, de perspectivas y de identidades.
Asimismo, el diálogo es retornado con fuerza por la noviolencia porque considera que es importante por varias razones: porque nadie tiene la verdad en exclusividad, sino que ésta es un proceso trabajoso pero reconfortante al que no se llega solo sino en compañía de los demás a través de ensayos y errores; porque significa una apuesta por la convivencia pacífica y no forzada; porque sólo en el diálogo se pueden revelar las argumentaciones intolerantes, irreflexivas e irracionales; asimismo, durante la interlocución es posible discernir entre lo que significa obedecer a nuestra conciencia y lo que es sólo mandamientos, anatemas y dogmas impuestos desde fuera; en cualquier caso el diálogo sirve para revelar —desde las inteligencias— que la realidad no es un bloque cerrado sino algo más modesto, si se quiere una realidad cargada de hipótesis (sin caer en un relativismo absoluto)[13] .
Recuperar, por tanto, el don de la palabra y todas las virtudes del diálogo es, en consecuencia, una de las primeras razones y fundamentos de la teoría de la noviolencia.
2. La búsqueda de la verdad
El término verdad puede ser controvertido, polémico y hasta inquietante. Algunos me dirían que —a la vista de las luchas por imponer verdades religiosas, políticas, ideológicas o económicas— resultaría un término bastante peligroso y, hasta poco afortunado. Nada que objetar, al contrario quiero señalar que al existir o interpretar que existen muchas verdades, al intentar querer imponer una de ellas llevaría grandes dosis de violencia, esto ha sido así a lo largo de la historia y si no
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